los doctores mienten

Era otoño, pero realmente era invierno. El frio viento no daba tregua y ella se encontraba sola, sentada en la helada banca de madera. Intentaba pensar pero no podía, algo le molestaba, era algo así como un malestar constante. En innumerables ocaciones consultó a más de algún doctor, pero nada, todos los examenes salían impecables, ella estaba en perfecto estado, pero sabía que no era así, sabía que algo pasaba, no era normal aquel malestar.

Por las noches se acostaba con la esperanza que el sueño borrara aquella aflixión, sin embargo se despertaba más ahogada. No comprendía qué pasaba, no comprendía la razón de su pesar, no lograba comprender porqué sentía como si le estuvieran exprimiendo el corazón en cada momento. Ni siquiera durmiendo se aminoraba, los sueños la torturaban y despertaba cada vez más triste y con el pecho más encerrado.

Aun sentada bajo aquel viento invernal, trataba de buscar explicaciones, algo que pudiera ayudarla a comprender su dolor, aquel dolor inmenso, pero era inútil. Mientras más pensaba más le dolía.

En algun momento todo comenzó a tener algo de sentido, talvez cuando era feliz jamás sintió esa opresión en el pecho. En ese momento se le ocurrió lo más coherente que pudo haber hecho desde hace mucho tiempo: miró su mano helada y sin resquemores la introdujo en su pecho a la altura del corazón, al tener este último ya asegurado en su mano lo sacó con firmeza y pudo confirmar sus sospechas; estaba roto, absolutamente roto, el corazón se le había achicado y finalmente se fragmentó en cientos de tristes pedazos.

Ya sabía qué le pasaba: a ella le dolía el corazón