segunda-feira, janeiro 18, 2010

señoras y señores tenemos nuevo presidente


Ayer, como a las 7 de la tarde, aun no sabía qué era aquel sentimiento que me inundaba. Escuché atenta el discurso de Ricardo Lagos y creo que me anduve reconciliando con su figura de viejo prepotente, sin embargo seguía sin saber qué era aquel sentimiento que crecía y crecía. No lograba comprenderlo del todo, porque jamás he sido concertacionista, todo lo contrario, siempre me pareció que en todos estos años pudieron realizar cambios más a fondo, que hicieran a los más ricos poner los pies sobre la tierra y a los pobres sentirse más alentados, aún así algo se movió dentro de mí cuando escuché al viejo dinosaurio, y es que habían ciertas cosas que me hacían mucho sentido, como el hecho de que ellos como Concertación recibieron un Chile con el alma destrozada.
Fue extraño, porque no era sensación de derrota, era algo más fuerte, algo con matices, que a esas alturas, me sonaba a melancolía. Preferí tomar un poco de aire y salir al patio donde estaba mi padre cociendo unas humitas, aprovechando de ponerlo al día del acontecer nacional, ya que se rehusaba, por primera vez en su vida, a ver las noticias. Su rostro tenía una expresión de tristeza profunda y me dice lo sgte.: la gente no sabe lo que acaban de hacer. Lo cual me quedó dando vueltas en mi cabeza aun en estado de shock .
Decidí salir a dar una vuelta con mi par de Juanes, para distraernos un poco. En eso llegamos a la plaza y empecé a ver las calles llenas de gente que nunca había visto ni en pelea de perros, gente que suele pasar de vez en cuando a 100km/hrs. En su autito del año, gente que seguramente al llegar a sus casas hicieron lo mismo que nuestra flamante nueva primera dama hace tras un largo día de campaña en terreno: desinfectarse para sacarse el olor ha roto.
Paralelo a esto, comienza a pasar la caravana, cientos de autos adornados con globos, banderas y andando al son de los ya conocidos jingles. En ese minuto cuando vi a montones de gente humilde en las partes traseras de las camionetas último modelo (que seguramente nunca más los iban a dejar tocar) se armó el puzle en mi cabeza, en conjunto con una explosión de sentimientos al ver a todas esas ovejas engordadas camino al matadero. Es que realmente no sabían lo que habían y estaban haciendo, no tenían idea que en un intento de querer “vivir mejor” se habían postrado ante aquel patrón, que al fin tenía lo único que le faltaba: sus voluntades.